miércoles, 29 de mayo de 2019

El extraño caso de La Calabaza del Diablo. (Nuevos antecedentes) / 2002


Nuevos antecedentes, si consideramos una entrega anterior (número nueve, enero de 2001) que ya consignaba algunos detalles sobre la pequeña historia de este sello editorial, revista y promotora de singulares celebraciones nocturnas, que iniciara sus dudosas actividades hacia el año 97. El extraño caso de La Calabaza del Diablo. 

En esta oportunidad, me dirijo al lector (atento) para aportarle inéditas referencias sobre la evolución del caso. En particular sobre la publicación que, desde hace un par de meses, circula por los kioskos de la patria. A saber: 

Las publicaciones independientes no son vehículos publicitarios. No son órganos de partido que difundan una ideología rígida o moribunda. A menudo nacen como diversión y en el camino, poco a poco, van reuniendo a un grupo de creadores mal pagados decididos a inventar un nuevo lenguaje. A comunicar ideas nuevas de una manera nueva. No son el megáfono de un jefe para amplificar sus cantos patrióticos, ni para promover los mensajes emitidos desde la fabulosa maquinaria de la evasión. Por el contrario, pretender ser la llamada a las armas, a veces solo un murmullo, de una generación entera. Su política editorial, explícita o implícitamente, tiende al derribo de la sociedad, tal como hoy la conocemos. (Richard Neville en Play Power) 

A menudo nacen como diversión 

El texto de esta cita me lo encontré hacia el final de un libro, muy bueno, sobre la historia del periodismo y la comunicación social escrito por Vázquez Montalbán. Luego, me fui enterando de quién era Richard Neville. Periodista, escritor, uno de los grandes cronistas y animadores de las experiencias del underground de los sesentas. Buscando más, encontré algunas referencias sobre una revista editada por él llamada OZ. En una de sus portadas traía la foto, a toda página, de una hilera de tipos meando frente a sus respectivos mingitorios. El titular decía: It all began with a joke. Todo esto empezó con una broma. 

De alguna forma también fue así para nosotros. Todo empezó como jugando. Intentar la imaginación o la ironía ha sido siempre una forma de oponer la alegría del juego a toda la tristeza que ha predominado en la historia del bicho humano. En la historia del país. Hablo de los gestos cotidianos, los pequeños actos heroicos de cada día que reafirman cualquier tipo de vitalidad. En el fondo, son eso. Una diversión, una forma de acercarse a la felicidad. O de alejarse de todas las muertes de esta época, este país, esta ciudad donde habitamos. Diversión. Del latín Diversum, supino de divertere, alejar. Pequeño Larousse dixit. 

En este sentido, esta misma revista empezó como una broma. Como también, en un sentido más estrictamente político, como la tentativa y el esfuerzo de un grupo de creadores (o bromistas) por dotarse de un espacio y una estrategia para enfrentar las calamidades del país. Sus miserias, sus indignidades. Como una forma de HACERLE BROMAS PESADAS AL SISTEMA, en palabras del poeta José Ángel Cuevas. 

Hemos utilizado antes este texto de Neville y, con seguridad, lo seguiremos utilizando en nuestra propaganda porque, de alguna forma, define cierta dirección de nuestras búsquedas. De nuestro esfuerzo por propiciar el encuentro con los otros y sus experiencias. La formulación y la práctica conjuntas de una política y una poética. De una forma de reivindicar, aquí y ahora, en las palabras y en los hechos, la esperanza y la alegría frente al chiste macabro de un mundo en guerra y un país a la deriva. 

Inventar un nuevo lenguaje 

Un lenguaje capaz de revelar lo que, hoy por hoy, su manipulación oculta. Un lenguaje que sea parte y de nombre a esa dimensión tan necesaria como escurridiza que llamamos Realidad. Inventar un nuevo lenguaje como única respuesta posible frente a la sofisticación a que han llegado los métodos del Poder para imponer la ignorancia, la falsedad, la enajenación. Frente a la fabulosa maquinaria que ha construido, aquí y en todo el mundo, para promover su dominio. 

Esa ha sido siempre la tarea de aquellos que trabajan con el lenguaje. Las palabras, los sonidos, las imágenes. Aportar a esa invención. O mejor, ayudar a comprender esa permanente e inabarcable invención que es la propia vida, la vida de los otros. La Realidad. 

El lenguaje como invención y reinvención del pasado, de la memoria. Esa búsqueda de nosotros mismos tras los pasos de los que vinieron antes. Buscar, rastrear el pasado para usarlo. Para evitar que la experiencia y la vitalidad que encierran esas huellas, útiles o imprescindibles para comprender y transformar el presente, se desvanezcan en la arena. Superar el mero ejercicio retórico de la memoria y practicarla. Como decían los situacionistas: Todos los elementos del pasado cultural deben ser investidos de nuevo o desaparecer (El desvío como negación y como preludio. Internacional Situacionista. 1959. De eso se trata. De usar el pasado. De comprender la resistencia al desarme que implica toda amnesia como un quehacer. 

Restituirle al lenguaje su capacidad de suscitar la comunicación y el intercambio. Su calidad de territorio donde es posible la conversación humana. Oponer al Lenguaje del Poder otro lenguaje que funcione como una apertura a la confrontación y al diálogo. Superar el triste remedo con el que, mediante la proliferación de los signos y la expropiación de los sentidos, el Poder ha ido suplantando al verdadero lenguaje humano. Hasta transformarlo en otra forma de la distancia y la soledad. De miedo y la desconfianza hacia el otro. A este respecto, el éxito del mecanismo de la paranoia y su retórica policiaca, implantado con precisión de relojería aquí y en muchas otras partes del mundo, es una de las expresiones sociales más evidentes del actual estado del lenguaje. 

El lenguaje degradado a la calidad de mero vehículo para la estimulación del consumo. Orientado a provocar el hambre por los objetos y las cosas. Despojado de su capacidad de comunicar a los hombres entre sí. De hacer comprender la propia identidad como una doble imagen que se queda incompleta sin el otro. Eso persigue el Lenguaje del Poder. Encerrarnos den nosotros mismos. Confinarnos a través del aislamiento y el recelo hasta que lleguemos a tenerle miedo a nuestra propia sombra. 

Entonces su trabajo estará hecho. 

Y la vida estará aún más lejos de la felicidad si, como escribió Walter Benjamin, Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor. 

Una discusión de nuevo tipo 

Todo está en la multitud. 

Una de las virtudes de la revista, me decía hace poco un periodista amigo, ha sido registrar cierto pulso. Y de eso se trata. Más allá del juego de las biografías y las personalidades de quienes hacemos esta revista, lo que intentamos es dibujar un espacio abierto a la extensa gama de resistencias y creatividades que, a pesar de los pesares, aún existen en el remoto país. Comunicarse con la vitalidad que, a pesar de tanto aporreo y tanta decepción, prolifera, no sólo en el mundo del arte y la cultura, sino en todos los mundos que caben en este país. El mundo popular, el mundo del trabajo, el pequeño mundo que es la ciudad o el barrio en que vivimos. Ese pulso. 

Todo está en la multitud. 

Si, a estas alturas, hay alguna posibilidad de articular un movimiento contrario a la depredación neoliberal que campea en el país, si a la cultura y al arte les cabe algún papel en esa articulación, será por su contribución a inventar y construir el espacio donde pueda reunirse lo disperso. Donde tengan lugar la comunicación de esos mundos y el mutuo aprendizaje de esas experiencias. Donde sea posible su diálogo y su progresiva confluencia en un imaginario común. 

Ser una palestra abierta a todos para una discusión de nuevo tipo. Ser un generador más, a la vez que un instrumento de registro y amplificación, del pulso de la multitud. 

Seguramente, el inicio del camino es remontar la situación actual del mundo de la cultura o, más bien, de los grupos e individuos que aún intentan ejercer su ciudadanía en ese mundo desde la crítica y la autonomía. Los demás poco interesan. Los que ya han sido capturados o son derechamente cómplices de los simulacros culturales impuestos por este Orden. Los que participan o alientan la cultura del Espectáculo y la degradación de la actividad creativa como simple lucro o cortesanía burocrática. 

Nosotros, los que todavía porfiamos por hacer de todo gesto creativo una afirmación libre y libertaria, sin más compromisos que los propios y los del mejoramiento humano, debemos apostar todas las fichas a salir del aislamiento. A construir una recepción mayoritaria. A superar todo sectarismo para integrar y estimular ese diálogo abierto donde la cultura y el arte sean restituidos a su lugar de origen y a su punto de llegada: la multitud. 

Eso, por ahora. 
Por su atención, muchas gracias. 

Santiago. Octubre de 2002. 


Publicado en Revista la Calabaza del Diablo N° 19. Noviembre de 2002.




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