jueves, 12 de julio de 2018

Lihn. La puntada invisible

Su vida política y su relación con la política fueron también producto de una actitud apasionada y delicada. Lo que Cristián Huneeus dice de Enrique, de que “no dio nunca puntada con hilo” me parece que lo retrata íntegramente. Si había una cosa de la que se podía aprovechar, siempre la echaba a perder, dice Adriana Valdés. Lo que sigue es un intento por reconstruir, a trazos gruesos, la trayectoria de esa ineptitud. La ineptitud, cultivada sistemáticamente por Enrique Lihn, para ocupar lugares de poder u obtener reconocimiento; para estar en el momento preciso y en el lugar correcto. Su talento para echar las cosas a perder. Su costumbre, aparentemente ingenua, de dar la puntada sin antes enhebrar la aguja. 

Cuba: la desilusión, el vómito 

En una fiesta, en su casa, él empieza a hablarme en voz muy baja. Y le digo: ¿porqué me hablas así? Estaba haciendo un comentario un poco crítico a las cosas que estaban pasando. Y me dice: es que hay policías. ¿Cómo invitas policías a tu casa? Nunca se sabe quiénes son, me responde. Siempre se meten. Esta escena, relatada por Jorge Edwards, es bastante esclarecedora de lo que fue para Enrique Lihn su experiencia en Cuba. Una experiencia que, irónicamente, empezó de la forma más auspiciosa. 
Lihn llegaba a Cuba como reciente ganador del premio Casa de las Américas y, como tal, fue acogido y atendido por la oficialidad cultural como un autor importante. En Cuba parecía obtener el reconocimiento y las condiciones para escribir que, en su propio país, se le habían mezquinado. Llegaba también con las ilusiones políticas de quien, a inicios de los sesenta, era un militante del partido comunista y aparecía como un entusiasta del castrismo. El año 64, explícitamente, apoya a la revolución cubana y vive una etapa muy pro PC, recuerda Germán Marín. 
Pero en La Habana se mete con la gente equivocada. Se hace amigo de los poetas. Los poetas suelen ser animales indóciles, difíciles de domesticar, se sabe. Traba amistad con gente dudosa, marginal a los circuitos de poder, como Roque Dalton y Heberto Padilla. Amistades peligrosas, gente fuera del juego. Representativos de cierta actitud crítica o irónica son estos versos del libro de Padilla, titulado justamente Fuera del juego, cuya publicación inicia la caída en desgracia que lo llevará a la cárcel poco tiempo después: ¡Al poeta, despídanlo!/Ese no tiene aquí nada que hacer./No entra en el juego./No se entusiasma./ No pone en claro su mensaje./No repara siquiera en los milagros./Se pasa el día entero cavilando./Encuentra siempre algo que objetar
Lihn empieza a ser testigo presencial de la vigilancia permanente, de la presencia de informantes en todo lugar, de la sospecha generalizada. A experimentar la paranoia cotidiana de vivir en el estado policiaco. El sistema de control en que, a pocos años de su momento heroico, la revolución de los barbudos ya empezaba a convertirse o ya se había convertido. 
Su escritura, tampoco parecía adaptarse fácilmente al contexto. Como bien señala Roger Santibañez, no deja de ser indicativo de cierto distanciamiento el hecho de que, entre otras preocupaciones demasiado metafísicas para el contexto de una revolución leninista, el Alma fuera uno de sus temas recurrentes: el alma/de la que te espolvorearon en la cuna/y que te fue inoculada, mezclada a tu bolo alimenticio,/transmitida en las clases de catecismo, arrojada a la/ cara con el aliento de cada una de tus santas mujeres. No era ni el tema ni el tenor esperado para un texto Escrito en Cuba, libro al cual pertenecen estos versos escritos durante su residencia isleña. 
La conformidad casi unánime de los intelectuales frente a la invasión a Checoslovaquia, refuerza su constatación del agotamiento del impulso revolucionario cubano: en Casa de las Américas el único que planteó la posibilidad de rechazar la invasión fue Mario Benedetti, que era invitado. En cambio, los intelectuales de adentro ni siquiera se lo planteaban, recordará después. 
Luego vendría el Caso Padilla. La réplica cubana del viejo procedimiento estalinista: la búsqueda de un chivo expiatorio, el espectáculo de un proceso kafkiano, el quiebre moral y la confesión pública del contraventor como ejemplo y advertencia para otros antisociales. Nunca me cansaré de agradecer a la Revolución Cubana la oportunidad que me ha brindado de dividir mi vida en dos: el que fui y el que seré, dirá Padilla al final del montaje de su mea culpa y arrepentimiento, tras cuarenta días de incomunicación en la siniestra Villa Marista. 
Lihn se juega por su amigo Padilla. O más bien, por lo que su historia metaforiza como umbral o clausura para la posibilidad de una izquierda libertaria. Y pierde. No sólo frente al silencio cómplice de la izquierda oficial, sino al mundo que ella representa. Espacios de circulación y visibilidad, recursos y posibilidades de supervivencia. Lihn se pone fuera del juego. Pagará caro por ello en el futuro. 
Sin embargo, los años vertiginosos de su experiencia cubana decidirán una política radical expresada en toda su trayectoria posterior. La desilusión, la ruptura con la vieja izquierda, sus mitologías y mitomanías, marcarán para Lihn un camino de autonomía e intolerancia contra cualquier forma de poder, sin importar su color. Como dice Adriana Valdés: mi impresión es que con el caso Padilla a Enrique le bajó el vómito de una vez para siempre con todos los autoritarismos. En adelante, perdida la inocencia, superada la creencia en el socialismo autoritario y burocrático, la política (o el estilo) de Enrique Lihn será el vómito. 


La Unidad Popular: un escritorio en el pasillo 

Conoce la experiencia del estalinismo, la censura a los poetas, fue amigo de Heberto Padilla y otros críticos del proceso cubano. Debió salir urgente de la isla. Eso lo dejó mal situado con respecto a la izquierda chilena y durante la UP, aunque Lihn propuso una política cultural antiestalinista para el período, fue dejado de lado, tal como Nicanor Parra, relata José Ángel Cuevas. 
Mal situado. Enrique Lihn vivirá bastante a contrapelo la historia que, desde la euforia y la esperanza iniciales a la derrota y la tragedia final, recorrerá el país durante los mil días de la Unidad Popular. Mal situado, no sólo políticamente. Lejos de las instancias partidistas y burocráticas de dirección del Proceso, su propia precariedad laboral grafica lo ajeno que estaba de cualquier círculo de influencias. Recuerdo que colaboró en Corfo, relata Germán Marín. Él intentó realizar una exposición. Su trabajo era de colaborador experto de una de las gerencias de la Corfo para este proyecto, pero no le tenían ni oficina. El día que pidió una oficina creo que le iban a pasar un escritorio en un pasillo. 
A pesar de todo, Lihn intenta intervenir. Proponer una política antiestalinista para el periodo, como bien dice Cuevas. Pero lo hace desde un lugar precario, marginal. Redacta el texto Política y cultura en una etapa de transición al socialismo que, publicado por Universitaria como parte del libro colectivo La cultura en la vía chilena al socialismo, aparecería en 1971 junto a escritos de Cristián Huneeus, Mauricio Wacquez, Carlos Ossa y Hernán Valdés. El texto se hace cargo del conjunto de sugerencias acerca de política cultural, que un grupo, ahora desmembrado, de escritores quiso hacer llegar a los oídos del nuevo gobierno. El grupo, ahora desmembrado, había suscrito un documento anterior, publicado en revista Cormorán, titulado Por la creación de una cultura nacional y popular. El documento contaba entre sus firmantes a Jorge Edwards, Antonio Skármeta, Waldo Rojas, Ariel Dorfman, Germán Marín y Poli Délano . 
El grupo, según escribe Lihn, con la aprobación de militantes de un partido de izquierda, habría cometido un error táctico, imputable al entusiasmo generalizado. Englobar a un grupo poco numeroso de individuos, bajo el rótulo de Taller de Escritores de la Unidad Popular. En otros términos, arrogarse una representatividad que no tenía. La recepción del texto, prosigue Lihn, fue objeto de comentarios desfavorables y se lo calificó de escandalosamente antimarxista. 
Un grupo desmembrado. Un error táctico. Un documento bajo sospecha de antimarxismo. Desde ahí habla Lihn, desde ahí propone su política. Desde un lugar precario y marginal. Sospechoso. Muy distante de las burocracias partidarias o de los grupos decisivos ideológica o políticamente dentro de la Unidad Popular. 
El texto, lejos de cualquier condescendencia, abunda en críticas y advertencias. Habla, por ejemplo, de la negativa unánime de los medios de la izquierda chilena a publicar su Carta abierta, dirigida a Padilla. Carta que sólo tuvo espacio, a instancias de Ángel Rama, en la revista uruguaya Marcha. Esta negativa constituye para Lihn sólo un síntoma de algo más serio, más preocupante: esto es algo que, por cierto, ocurre en todos los regímenes: siempre hay censores de turno que, incluso, pasan de un sistema a otro, cambiando de signo ideológico. Lihn lamenta la grave carencia de espacios donde se haga público el debate de la izquierda para la izquierda, asumiendo un principio definitorio de su posición respecto al proceso. Comprenderlo como una exigencia moral: la verdad es revolucionaria, como lo es también la búsqueda de la misma. 
El texto es extenso y consistente, no es la oportunidad de revisarlo en detalle. Sin embargo, me parece particularmente interesante la crítica que hace Lihn de cierta prensa de combate, de la mala calidad de su discurso: la batalla se estaría librando ahora más bien, entre la habilidad de “los mensajes de la cultura liberal” y una cierta torpeza por parte de la Unidad Popular, para emitir los suyos, popularizándolos y elevando a la vez el nivel de los mismos. Esta relativa ineficiencia acude a un mal expediente compensatorio: el populismo. Una crítica radical y oportuna a la retórica maniquea e incendiaria que terminaría avivándole el fuego a la derecha más recalcitrante. Una derecha mucho más capaz o decidida que la izquierda a traducir la virulencia de sus dichos al plano de los hechos, como quedaría demostrado. 
La malversación o el abuso de la palabra como situación, como contexto. La degradación del lenguaje al nivel de la violencia verbal sistemática o el vaciamiento de todo sentido. Paralelamente a sus intervenciones en el debate ideológico, Lihn trabaja en su primera novela: Batman en Chile. Una trama que, en las antípodas del realismo socialista, ubica al mismísimo Bruno Díaz en nuestro país, comisionado por el FBI para intervenir en la experiencia socialista de la UP. El Chile visitado por Batman parece ser el reino de la cháchara, escribe Roberto Merino. El mundo circundante, en la época de la Unidad Popular, parecía en su momento saturado de acciones, pero en mayor medida de palabras. Como nunca abundaron los eslóganes, las declaraciones, las llamadas de alerta a las bases de los partidos, los manuales de concientización. Los debates televisivos y radiales eran protagonizados por lenguas de fuego. Frente a una derecha pragmática y permanentemente indignada, las voces audibles de la izquierda debatían sutilezas ideológicas como enfervorizados escolásticos. La novela se termina de imprimir en Buenos Aires, en junio de 1973, tres meses antes del Golpe. Y cae en el vacío. Su reedición, de cuyo prólogo están extractadas las palabras de Merino, demoraría 35 años. ­ 
Quienes nos reuníamos no éramos militantes, pero en general estábamos deseosos de participar en los cambios. El más activo entonces era Enrique Lihn, que en las pausas de su caos personal era capaz de convertirse en un brillante organizador, en un intelectual lúcido y exigente. Creo que hacía un último esfuerzo para escapar de su individualismo, por integrarse en la acción social, por desempeñar un rol en los cambios por venir. Llegamos a determinadas conclusiones, ofrecimos nuestra colaboración en proyectos concretos. Pero en la UP existía una franca desconfianza hacia los intelectuales, especialmente hacia los "independientes", esos mismos que tantas veces habíamos sido usados por la izquierda. Así, fuimos ignorados, y ello fue particularmente grave para Enrique. Quedar marginado de toda actividad literaria pública bajo un gobierno de izquierda, cuando se ha simpatizado toda la vida con la izquierda, es algo que crea resentimientos. Fuimos ignorados, dice Hernán Valdés. Intelectuales mirados con una franca desconfianza por la UP. Lihn, nuevamente a contrapié. Mal situado, fuera de foco. 
Dos imágenes. El día mismo del Golpe, Lihn escribiendo un mal poema sobre la Navidad, con un pino pascual del que colgaban trozos de carne o algo así. Los días posteriores, Lihn recorriendo las embajadas. Un jugador más de la ruleta rusa que había en esos momentos. Pasando frente a una y otra con cautela, a bordo de una Citroneta, sin saber si asilarse o no, si efectivamente sería perseguido o no. Fueron pasando los días y como yo no aparecía en las listas, ni me ponían mala cara los carabineros, ni me venían a visitar los tipos de la DINA, empezó a hacerse un poco ridícula la idea de irme. Ese poema extemporáneo, esa incertidumbre, me parecen metafóricos. Escenas postreras de ese episodio medio onírico que fue la UP para Enrique Lihn. El final paradójico de su propia experiencia, desinstalada y excéntrica, durante los breves días de la vía chilena al socialismo. . 

La contracultura: avanzar sin Tarzán 

1981. Lihn hablando de su repliegue durante los primeros años de la dictadura: Me retiré a la vida universitaria, instalándome en el campo específico de la literatura, allí donde de por sí está reñida con el discurso político inmediato. Y ahí he estado, en ese rincón recoleto, a lo largo de todos estos años. La situación, suya y del país, será radicalmente distinta solo un par de años después. 1983. Grave crisis económica, quiebre de la banca. Protestas Nacionales. 18 mil uniformados en la calle durante la protesta de agosto. El resultado son 27 muertos, incluyendo cuatro niños, los que subirán a 69 al finalizar el año. Asesinan al intendente de Santiago. Sebastián Acevedo se quema a lo bonzo en la plaza de Concepción. Militantes de izquierda son sistemáticamente asesinados en falsos enfrentamientos. La Alianza Democrática convoca la mayor concentración opositora en diez años de dictadura. Entre 500 mil y un millón de personas, según las fuentes, llegan al Parque O´Higgins. En ese contexto, Lihn abandona su rincón recoleto y publica El Paseo Ahumada. Al año siguiente, dirige, junto a Pedro Pablo Celedón, la película-performace Adiós a Tarzán. Ambos, hitos inaugurales de una política que él mismo denominaría como contracultural. Los quince años finales de su producción, posteriores al golpe militar, podrían caracterizarse desde la idea de “contracultura” que propone en “Adiós Tarzán” dice Adriana Valdés. De hecho, Lihn prefiere, antes que teorizar, definir la idea misma de contracultura en términos prácticos a partir de esa experiencia: La expresión “contracultura” (que no es ni la acultura ni la anticultura que definen al régimen y a la década) es complementaria a la de “contraarte”. Conviene definir esta última con una práctica y un ejemplo concreto: el proyecto “Adiós a Tarzán”. 
Una lectura exhaustiva, tarea pendiente para la crítica chilena, de esta política y esta estética contraculturales excede las posibilidades de este texto. Sin embargo, es posible apuntar algunas ideas sobre un par de rasgos esenciales. La construcción de comunidades creativas que fueran capaces, en el libre ejercicio del juego, de resistirse y no reproducir internamente la lógica autoritaria. La relevancia del humor como forma de lucha eficaz contra la dictadura.
“Adiós a Tarzán” es fruto de La Movida: arte de explotar la amistad en beneficio de un trabajo común que requiere del oficio y de la identidad de todos, sin remuneración económica para nadie empieza diciendo el folleto de invitación al estreno. Efectivamente, Lihn convoca en este proyecto a un variopinto abanico de personas y algunas personalidades, que incluye familias enteras e integrantes de ámbitos generacional y creativamente disímiles, escritores, plásticos, músicos: un exceso de gente, alguna mal informada, por lo demás, sobre el acto, e incontrolable para un director de escena improvisado, se concentró bajo los árboles exóticos describe Lihn en una crónica publicada en revista Cauce
Arte de explotar la amistad en beneficio de un trabajo común. La Movida. Eso es esta película. No importa el apego a un guión, la dirección de escena se improvisa, los actores son todos amateur y han concurrido sin mayor aviso previo acerca de qué trata el asunto. Lo que realmente importa es registrar a este grupo heterogéneo, reunido para llevar a cabo lo que parece ser un juego sin reglas muy precisas o un rito carnavalesco para cuyo desarrollo la película es sólo un pretexto. Como escribe Adriana Valdés, Adiós a Tarzán es parte de una serie de happenings contraculturales que, vistos retrospectivamente, parecen prefigurar las llamadas estéticas relacionales; a celebraciones colectivas del orden del juego, que afirman una especie de comunidad ajena al autoritarismo imperante. Todas ellas tienen en común el desafío y el disenso. Respecto de la dictadura, en primer lugar, y también –quien nace chicharra muere cantando- respecto de cualquier autoridad que se fuera estableciendo en el campo de la misma disidencia. 
El humor, la ironía y la parodia como formas de lucha. Como dijo Juan Cameron recientemente en una conferencia sobre Lihn: El hueveo como factor de lucha, en la contingencia de la dictadura, fue una de sus últimas banderas. Con el humor, Lihn pretendía recoger lo que identificaba como un rasgo de la idiosincrasia nacional y un mecanismo de autodefensa histórico contra la injusticia y el autoritarismo: De ese humor, y de ese distanciamiento que produce el humor, es algo que ha dado muestras este país, como una manera de defenderse de la realidad, y de hacer irrisión de ella. Son antídotos, por así decirlo, contra la monstruosidad ambiental. 
Lejos de la afición de la izquierda tradicional por los cantos épicos y los martirilogios, Lihn aboga por un discurso donde se oponga la imaginación y la risa a la solemnidad impostada del discurso cultural de la dictadura: Está vigente, asimismo, la necesidad de incorporar el humor a la resistencia cultural o contracultural a la dictadura, en conformidad al espíritu lúdico de los paros. El gobierno militar, cuya maquillada “imagen cultural” es de una gravedad irrisoria, carece por completo de la seriedad que puede tener el humor. 
Comunidades creativas, lúdicas y libertarias. El humor como forma de crítica y autocrítica política. Estas coordenadas llevaron a Lihn a proponer vías de protesta y confrontación contra la dictadura bien diferentes a las formas, desgastadas y meramente rituales, de la izquierda tradicional. Como escribe en 1984: Es necesario otro tipo de acciones, con contenidos de denuncia más fuerte; por ejemplo que un día equis se suban a las micros doscientas personas, evidentemente gente como profesores universitarios, científicos, poetas, y a la misma hora ofrezcan algo: una hoja de poemas o una conferencia de tres minutos. Asumir la condición de vendedores ambulantes a que nos ha llevado este régimen a todo el mundo. Asumirse en la precariedad. Hablar y actuar desde ahí, sin iluminismos ni dirigismos de ninguna especie. La clase de convocatoria política que propone Lihn, parece mucho más cerca de Abbie Hoffmann y las intervenciones de los Yippies, por ejemplo, que de las consignas y las formas de la izquierda leninista. Aquí habría que llamar, a lo mejor, a una gran concentración carnavalesca, sin más consignas que los disfraces. Hacer del grito una respuesta a los argumentos ministeriales; del silencio, una réplica a la cháchara; del arte, una protesta contra la mala política. ¿Qué ocurriría si uno de estos días las calles de Chile se llenaran de disfrazados? 
Desde cierto punto de vista, podría afirmarse que el desvío paródico de la consigna clásica de la izquierda, avanzar sin tranzar, metaforiza su crítica radical y la intención de abrir nuevos derroteros, tanto simbólicos como prácticos, para el movimiento social y cultural construido al calor de la lucha contra el dictador. La realidad, sin embargo, dejaría nuevamente fuera de foco a Enrique Lihn. Su muerte intempestiva, justo antes del fin de la dictadura, clausuraría esa tentativa. Así como los esfuerzos de la disidencia triunfante, en su negociación para integrarse y participar del poder, por desmovilizar el movimiento y encausarlo en los acotados márgenes de participación dentro de una democracia vigilada y cupular. 
La fiesta de disfraces contra la mala política a la que convocara Lihn nunca tendría lugar. En vez de ella, otras ceremonias, otros bailes de máscaras, servirían para encubrir la persistencia del legado autoritario que, como una sombra omnipresente, domina la vida de este país hasta el día de hoy. 

Coda: la puntada invisible. 

No me avengo ni con los partidos, ni con las iglesias, ni con las mafias, ni con las camarillas. Esta declaración resume una línea de conducta, una política y una poética, que harían de Lihn un permanente desinstalado; un marginal a cualquier circuito de poder. En ese sentido, Enrique Lihn nunca dio puntada con hilo. Una persistencia que puede explicarse por su fidelidad artística y personal a cierta concepción de la literatura y el arte: El arte, al menos el moderno y contemporáneo, es, dentro de su especificidad y con ella, una crítica de lo que el orden establecido impone como la realidad.
A pesar de todo, su influencia no ha dejado de acrecentarse durante los últimos años. Su trabajo es para muchos poetas, jóvenes y no tanto, no sólo una referencia literaria sino también moral. A pesar de los olvidos y los intentos interesados por despolitizar la lectura de su obra, Lihn sigue y seguirá siendo la puntada invisible. Aquella que nos permite vincularnos con las vertientes de una tradición encarnada en él y en otros poetas de su estirpe. Pienso en Parra, en Lira, en Roberto Bolaño. Una tradición que nos recuerda, aún en medio de este país donde predominan oportunistas y cobardes, que la poesía tiene una tarea ineludible: pluralizar y socializar el arte renovándolo, pero en los términos masivos en que se plantea la necesidad colectiva de transformar la historia de este país antes que se convierta, del todo, en un lugar inhabitable. 


Valparaíso. Noviembre de 2010


Texto publicado en Horroroso Chile. Ensayos sobre las tensiones políticas en la obra de Enrique Lihn. Alquimia Ediciones, 2013