jueves, 28 de junio de 2018

Dormir con la televisión encendida

Arial 12 de David Bustos 

Arial 12 se inicia con un epígrafe cinematográfico, una cita de Apocalypse Now. El parlamento es del Coronel Walter E. Kurtz, el personaje que encarna Marlon Brando: He visto un caracol, se deslizaba por el filo de una navaja. Ese es mi sueño, más bien mi pesadilla: arrastrarme, deslizarme por todo el filo de una navaja de afeitar y sobrevivir. Así, desde el inicio, este libro instala al lector en el ámbito de las imágenes. Pero, también, en el del riesgo y la precariedad en que viven los que trabajan con ellas. La navaja de afeitar es aquí la gigantesca maquinaria donde se facturan, cotidianamente, las imágenes televisivas que todos consumimos. Quien se equilibra en su filo es el escritor/guionista, aquel que escribe la trama de sus ficciones en calidad de asalariado: la verdad de las cosas es que somos la servidumbre de este negocio. Aquel que, por lo mismo, sabe bien del lado pesadillesco de esas ficciones. 

Investigo sobre la tipografía Arial, cuyo nombre da título a este libro. Llego a esto: incluida en el sistema operativo Windows, se ha convertido en una de las tipografías más populares del mundo. Pese a ser mucho más conocida que la Helvetica, la Arial es considerada por los tipógrafos como una imitación burda y barata de ésta, careciendo de las características que distinguieron al diseño original suizo. También dice que se trata de una tipografía especialmente apropiada para los textos en pantalla. Arial 12 era la fuente de la letra,/letra tinta quebrada/sangre en el ojo televisivo, dice un verso de este libro. Este libro está escrito intencionadamente con esa tipografía barata. Con esa mala copia que termina desplazando al original, como suele suceder con las imágenes que selecciona y proyecta el ojo televisivo y su gramática espectacular. Escribir con esa letra tinta quebrada para comprender cómo circula la sangre por ese ojo. 

Escribir un guión en clave poética, convivir con la puesta en escena, colgar un cuadro donde se pueda ver el movimiento. Introducir el brazo hasta el codo y dejar que los dedos, la muñeca, entren por la ventana, dice un fragmento de Las pistas de Severino, acaso una especie de alter ego del autor. Un guión en clave poética, dice. Convivir con la puesta en escena. Me parece que, en algún sentido, la tentativa de este libro podría definirse así. Escribir para articular ese guion, para colgar ese cuadro. Un guion no se escribe para ser leído como literatura, se escribe para que otros trabajen con él. A diferencia del texto propiamente literario, sólo se puede escribir en un guion aquello que se ve. En este sentido, Arial 12 nos hace ver, desde el punto de vista de quien está adentro y conoce sus mecanismos, cómo se construye la ficción espectacular. La serie ininterrumpida de imágenes vaciadas de realidad que se nos transmiten con una profusión totalitaria día a día. 

Escaso contenido. Una suma de primeros planos que sodomizan al televidente. Poco periodismo de escena. Precariedad en los ángulos. La misma música de siempre. En ese contexto, el de la banalidad del discurso y la producción televisiva, en esa precariedad de sentido, quien escribe se interroga por la situación de su escritura. Engranaje menor del mecanismo, el escritor/guionista es aquí apenas un insumo más, un animal de trabajo que hace su labor a cambio de agua y comida: Eres un caballo de carrera que pone a trabajar toda su masa muscular desde el arranque. No importa el lodo ni el excremento. Estás entrenado en la pista, las apuestas están echadas y tu dueño sería capaz de sacrificarte si llegaras a romperte un solo hueso. La escritura es reducida a una función meramente utilitaria, la de producir contenidos para uso del espectáculo. El autor, en consecuencia, debe desaparecer. Su subjetividad debe quedar fuera del juego. Como dice el poema La tele es sin llorar: La tachadura es parte del juego, no evoques una salida política a todo esto. Se trata de la TV y el ego en estos casos es una trampa. // Cumple con las páginas diarias que te piden, dale otra vuelta a los diálogos, quiebra la cintura en el campo de juego y todo estará bien. El lloriqueo es de mal gusto, el rating no tiene sentido. 

Poetas fundamentales como Nicanor Parra, Enrique Lihn y Juan Luis Martínez asoman en estas páginas. Sin embargo, la poesía parece no tener lugar en la situación de escritura en que se encuentra el escritor/guionista: A Severino le costaba entender que esas fuentes eran como automóviles sin permiso de circulación // Mejor le fue cuando citó a Breaking Bad. Por el contrario, y esto me parece interesante y atingente, este libro constata el avance de ciertas lógicas mercantiles y espectaculares en el mismo seno de la poesía. Nadie se salva de la puesta en escena que organizan el espectáculo, la competencia y el consumo, la triada que urde el guion de nuestras vidas en el país real. Desde luego, tampoco los poetas. Me refiero a aquellos que practican estrategias a tono con los tiempos que corren. Que replican la lógica del show neoliberal. Los que persiguen que su nombre aparezca en la pantalla con grandes letras. A propósito, cito en extenso el poema Consejos de un maestro: No temas hacer cuestiones que bordeen lo legal. Después, cuando hayas alcanzado notoriedad, cuando por fin los focos caigan sobre ti, no aflojes. Sigue dándoles duro a los que elijas como caballitos de batalla. Aprende a citar estratégicamente, sé áspero y suave a la vez. Frota tu lamparita de genio incomprendido. Estampa en la pantalla tu nombre con grandes letras. Observa desde la cima los barrios periféricos. Toma nota. 

Como escribió Lipovetsky, nuestra vida transcurre entre pantallas, vivimos en la pantalla global. La televisión es todavía, sin lugar a dudas, una de las metáforas centrales de ese mundo. Es justamente ese mundo el que este libro nos ayuda a entender desde el lugar complejo que ocupa o parece ocupar todavía la poesía y la escritura. Comprender, al menos preguntarse por todo esto, para aprender a equilibrarse mejor en el filo de la navaja. A lidiar mejor con las pesadillas de quienes dormimos con la televisión encendida. 



Valparaíso, junio de 2017 

Arial 12
David Bustos
Poesía
Pez espiral 2018










miércoles, 13 de junio de 2018

Viaje hacia el centro del corazón

Bitácora de Gladys González


Este libro se inicia con un epígrafe de Horacio Quiroga. Un texto que no pertenece a su ya clásico trabajo narrativo sino a la última carta que le escribiera a sus hijos antes de morir. Dice el texto: Busco lo que casi nunca se encuentra./Soy capaz de romper un corazón por ver lo que tiene adentro,/a trueque de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazón. Estas palabras podrían definir una coordenada de lectura para estos poemas. Si una bitácora es siempre un diario de viaje, el de este libro es uno que se emprende hacia el centro del corazón. La búsqueda de las palabras, justas, precisas, como es característico en los trabajos de Gladys González, para romperlo y ver que tiene adentro. Para saber de qué está hecho. 

Busco lo que casi nunca se encuentra, dice Quiroga. Difícil encontrar el camino hacia el propio corazón pues lo que se necesita para emprender ese viaje es una cualidad escasa: la sinceridad. Pienso en Robert Lowell y la definición que hizo alguna vez de su propio trabajo como una autobiografía en verso. Creo que estos poemas comparten la divisa con que Lowell trabajó toda su vida. Lay my heart out. Dejar mi corazón al desnudo. Abandonar toda impostura, toda máscara, escribir con el corazón abierto. 

El arte de perder/no resulta difícil/con esta bitácora/que lanza/tierra abajo/las huellas/de un tiempo, dice un verso de este libro. El arte de perder se domina fácilmente;/ tantas cosas parecen decididas a extraviarse/que su pérdida no es ningún desastre, dice Elizabeth Bishop en su poema Un arte. Justamente, al lento aprendizaje de ese arte parece abocarse este libro. Un dominio tal vez no tan fácil cuando la escritura tiene lugar en una sociedad como la nuestra donde el éxito es un objetivo de vida prioritario para la mayoría. Donde casi todo el mundo habita en la era del vacío que se expresa, cotidianamente, en la búsqueda desesperada del dinero o la respetabilidad y la competencia despiadada por conseguirlos. 

Quien habla en estos versos se ha puesto voluntariamente fuera de esa carrera. Ha optado por vivir en el lado salvaje: el problema /no es el lugar/sino uno mismo/tragándose/el alcohol/y la cocaína/tragándose/la elección de una vida/por el patio trasero/del lado salvaje. Este libro, a la manera de un diario o de un cuaderno de viaje, fue escrito para registrar el trayecto por ese patio trasero. El patio trasero donde eligen vivir aquellos que no quieren o no pueden integrarse a la felicidad falsa ofrecida por la sociedad de consumo y su banalidad. El problema de fondo, sin embargo, es uno mismo. Destruir en nuestro corazón la lógica del sistema, escribió alguna vez José Ángel Cuevas. Una lógica que ya ha permeado, casi del todo, nuestra vida cotidiana y nuestros afectos. Restarse, no participar de ese vacío que va ganando nuestras vidas y nuestros corazones. En vez de eso, tal como dice uno de los versos de Bitácora, fracasar/ y sonreír. 

Pequeñas cosas se titula el libro publicado hace algún tiempo por Gladys González reuniendo cinco de sus trabajos anteriores. Esta atención por el detalle, por las cosas pequeñas, es un rasgo de estilo que se mantiene en este libro. Posar la mirada sobre lo mínimo, en lo que a primera vista parece insignificante, para trazar el paisaje real donde transcurren nuestros días. Para hacerlo, Gladys González ha desarrollado en su escritura una especie de arte del encuadre. Cierta maestría para manejar el lente y hacer zoom en los objetos y las escenas de que están hechas nuestras vidas. Como en el poema titulado justamente Encuadre: detener la mirada/y ver/por la ventana/del bus/una brizna de hierba/creciendo/en una canaleta blanca/de plástico // fijar esa imagen/y sentirse dichoso/un rayo de sol/y el viento leve/iluminan el encuadre. 

Celebro este nuevo trabajo de Gladys González que confirma la vitalidad de sus propuestas y de sus búsquedas. Escribir buscando el centro del propio corazón. Aún sabiendo, como advirtió Quiroga, que casi nunca se encuentra. La poesía que importa se escribe así. Como quien emprende un viaje sin retorno ni destino conocido. Como quien espera hallazgos improbables. La poesía que importa se escribe siempre en el lado salvaje. Contra la linealidad que se nos pretende imponer: Practicar/la locura/la intensidad/el exceso/y la insensatez/como lecciones/abrazando esa oscura noche/se vuelve/más sensato/que el plan/fallido/ de la linealidad. En vez de ese plan fallido, otro plan. Aprender esas lecciones, abrazar la noche. Aprender a fracasar sonriendo. Hacerlo y filmar con una cámara puesta en el centro del corazón. 


Valparaíso. Mayo de 2018 


Bitácora
Gladys González
Poesía
La Calabaza del Diablo. 2018