miércoles, 26 de agosto de 2020

La sencillez del gato

Virus de Gonzalo Millán


La palabra es un virus de otro planeta. Con este epígrafe de William Burroughs se abre este libro que, editado en 1987 por Ganyimedes (el imprescindible sello de David Turkeltaub) recoge en sus páginas diez años de escritura, del 76 al 86. Transcurrida casi otra década desde la publicación canadiense de La Ciudad, su entrega anterior, Virus cierra para el autor una serie de cinco libros iniciada con Relación personal. Completa la figura de una mano como su quinto dedo, según la imagen del propio Millán. 

La palabra es un virus de este planeta. A desentrañar ese carácter patológico del lenguaje humano se dedica Millán en este libro. En sus poemas despliega una teoría viral del lenguaje que funciona en dos niveles. Por un lado, respecto al lenguaje inoculado desde el poder. Por otro, respecto al propio lenguaje poético, sus limitaciones y potencialidades. Como ocurre con todos sus libros, Virus es un trabajo de indagación profunda. En este caso, sobre esta naturaleza viral de la palabra y la búsqueda de un antídoto. Un trabajo que, como veremos, llevará al autor hasta el límite del agotamiento y el escepticismo radical respecto a las posibilidades liberadoras de la poesía. 

El libro cuajó a mi regreso a Chile en los últimos años de Dictadura. El proceso de fermento fue en las protestas. Claro, en el poema no aparece una lectura política ni circunstancial. El asunto era qué pasaba con la poesía cuando tenía que luchar con un poder total. El contexto de escritura, el fermento de estos textos, son las movilizaciones populares contra la dictadura, dice el poeta. Años de hambre, miseria generalizada y represión brutal. El poder absoluto de la dictadura se traduce también en el plano del lenguaje y eso queda plasmado en estos textos. Para Millán, ese lenguaje responde a la misma gramática descrita por Orwell en 1984: (En Chile) Casi podríamos adscribir al New Speak de George Orwell, en 1984, que era la lengua que crea el poder totalitario y que tiene esas funciones: mentir, manipular, manejar a la población. Y la alianza que aquí se hizo entre el poder militar y ciertos medios de comunicación tenía ese fin y lo cumplió a cabalidad. Cuando se ha detenido y asesinado a alguien y se habla de un presunto desaparecido, ya se está utilizando un término manipulador e inmoral. 

A la vuelta de los años, queda clara la importancia capital que tuvo sobre los años posteriores a la dictadura esa alianza entre poder militar y medios de comunicación. La normalización de ese lenguaje mentiroso y manipulador. En la entrevista que, junto a Marcelo Montecinos, le hiciéramos para la revista La Calabaza del Diablo el año 2003, Millán insiste en el trabajo de desenmascaramiento que intenta realizar su libro: Otra cosa importante para entender Virus es el concepto de Big Brother, el mundo de Orwell, es decir, el lenguaje como control, este esperanto oficial que se impone, mentiroso, alienador. Pienso que a ese tipo de lenguaje hay imputaciones en Virus. El lenguaje sirve para desinformar también. Un arte literario que no es consciente de eso corre el riesgo de ser cómplice. 

Desmontar el lenguaje del poder. Combatir su capacidad de falseamiento y tergiversación. Evitar que la literatura, por inconciencia o banalidad, termine siendo parte de los simulacros construidos por el new speak. En esta sociedad, tal como escribiera Guy Debord, lo verdadero es tan sólo un momento de lo falso. A pesar de ello, la poesía puede contribuir a desenmascarar ese lenguaje impuesto que no sólo miente, y lo hace permanentemente, sino también confunde y distrae al decir una cosa por otra. 

La palabra del poder es el virus del poder. Una de las tareas de la poesía es aportar a la comprensión de su biología, de su genoma. Dice Millán en una entrevista: (En Virus) Creo que hay también una analogía entre la letra, el alfabeto y el mundo microbiano, el mundo genético. La genética es un gran descubrimiento cuando es abordado como un mensaje lingüístico. Es decir, el DNA es un mensaje y nosotros somos un texto encarnado a partir de una clave. Se trata de descifrar esa clave, tal como se hace con el genoma de un virus para poder combatirlo. 

Para Gonzalo Millán , es claro que ese virus, su tremendo poder de contagio, funciona por saturación. Su omnipresencia y repetición constante hacen posible su propagación rápida y masiva. La portada del libro, un montón de letras blancas sobre fondo negro que no articulan palabra alguna, parece metaforizar lo mismo. Palabras, muchas palabras, pero sin relación entre sí, ni construcción de un sentido. Retórica, discurso vacío. Un proceso de contaminación que se verifica en el ejercicio del habla cotidiana: hay un matiz, que es muy importante en Virus: un rechazo a la oralidad como cháchara, cháchara alienada, en el sentido de Heidegger. Un contagio al que la literatura tampoco es inmune: En Virus abomino de la cháchara, de la literatura, de la escritura, que es algo vacío. 

(Brevísimo apunte: sería interesante relacionar el trabajo de investigación lingüística del habla social durante la dictadura que hace Millán en Virus con el que hace Enrique Lihn en la novela Batman en Chile, respecto a la sobreabundancia de discursos cerrados y autorreferentes durante la Unidad Popular.) 

Frente a esta infección del lenguaje, la poesía de Millán propone varias estrategias. 

La primera es la creación de anticuerpos en el propio sujeto que habla y escribe. Si la palabrería es la enfermedad, si todos estamos contaminados, una posibilidad es administrarse, como hacen las vacunas, una dosis del veneno. La suficiente como para desarrollar defensas contra el virus. Justamente, en el poema Virus, Millán alude a la imagen del auróboros, la serpiente que muerde su propia cola: Si llevas el veneno/ en las fauces/ muérdete la cola/ donde está el anídoto/ como el ouróboros. 

Otra estrategia radica en que la poesía adquiera una de las características fundamentales de todo virus: su capacidad de mutar. Dice Millán: Algo importante en la concepción del lenguaje como virus es que la poesía tiene que ir mutando, o sea, la obligación que tiene para resistir es su mutación. Un virus rebelde, para no caer en la retórica que es una entropía lingüística. Resistir es mutar. La poesía como un virus rebelde que no se deja observar al microscopio, que evita ser convertido en letra muerta. Como dice el poema del mismo título, Letra muerta: un virus en acción/ es casi invisible, la luz fusela su cuerpo. / Se lo puede observar/ bien con el microscopio/ electrónico únicamente/ después de muerto. 

El proceso mismo de escritura y reescritura de Virus responde a este carácter mutante de la poesía. En el manuscrito del texto, disponible en el archivo de la Biblioteca Nacional (http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/bnd/623/w3-article-335491.html) puede apreciarse cómo la escritura de Millán opera con esta lógica de la mutación. Ello se expresa en la prueba de diversas alternativas para un mismo poema, numerosos cambios y enmiendas. En el mismo sentido, en la publicación de una selección del libro en la antología Trece lunas (1997, diez años después de la primera edición) pueden apreciarse ligeras variaciones en varios poemas. Dos ejemplos. El poema titulado Herencia en el libro original, pasa a titularse Heredero. En el poema La piedad, lo que el teleobjetivo de la cámara encuadra en la versión original (en una plaza, doblado, a un hombre sollozando) cambia a unos hombres, sin más precisiones. 

Esta necesidad de mutar para que la poesía resista a la infección del poder, también tiene que ver con la innovación constante en cuanto a materiales y formas. Y con la autonomía respecto a los dispositivos establecidos de circulación y reconocimiento: es imprescindible la mutación permanente de contenidos y formas. La retórica ya establecida comúnmente posee carácter entrópico. El reconocimiento público, el éxito de crítica y lectores, disimulan la cooptación, la anulación de los elementos críticos y subversivos. 

Finalmente, frente a la cháchara viral, a la profusión aparentemente incontenible de la palabra vacía del poder y la extensión de su contagio, Gonzalo Millán identifica una estrategia fundamental para hacerle frente. El silencio: En Virus algo que está implícito es la valoración del silencio. Dejar de hablar para recuperar cierta libertad, yo lo veo como paso obligado hacia otra manera de hablar. No dejar de comunicar. Asumir que el silencio es parte constitutiva de la palabra. 

Cuando el poder se acopla en los oídos, la poesía debe ser capaz de asumir esa parte de silencio que conlleva toda palabra verdadera. Para Millán, esto se traduce en la elección y el trabajo con formas exactas, austeras. Contribuir a la sanación de un lenguaje enfermo por exceso de sí mismo puede pasar, en el contexto de la poesía chilena, por cultivar la precisión de las formas breves: Yo creo que el lenguaje enfermo, contagiado, busca maneras de sanarse. Y creo que en cierto momento, sobre todo en la poesía chilena, el poema breve, contenido, sintético, es un antídoto frente al lenguaje poético torrencial. Una alternativa que, sin embargo, acusa también un desgaste del que se debe sospechar. Del poema El viejo poney: El poema breve ha sido nuestro/ caballito de batalla. El viejo/ poney hoy yace reventado/por el uso y el abuso/ de sus obsesos y obesos jinetes. 

Como dijimos al principio, la profunda exploración sobre el carácter viral del lenguaje, a la vez veneno y antídoto, que es Virus, conducirá a Millán a una situación de agotamiento y decepción. Sobre todo respecto a la utilidad de la palabra y la poesía para enfrentar al poder totalitario: En esa poesía hay un enorme desengaño. (…) En algún momento ese trayecto desemboca en ese abismo, esto es una actividad impotente. Esta dedicación a la palabra en el fondo es un pajeo, porque efecto en la realidad parece no tener. Hay una duda acerca de la función de la poesía y del arte frente al poder. Podemos referir eso en el momento en que fue escrito. 

Después del callejón sin salida que parecía ser Virus, Millán guardará silencio durante trece años. Hasta la publicación de Claroscuro el año 2000. En el intertanto, durante su residencia en Holanda, realizará un desplazamiento de su escritura hacia la poesía visual: no necesitaba escribir ni usar palabras. O sea, era una mudez activa, laboriosa. Y el problema seguía vigente: no encontraba la manera de salir; me sentía girando como un satélite en torno a un lenguaje cuestionado, a formas ya utilizadas, a un mundo verbal que ya no tenía chispa. 

Probablemente, la contaminación viral del lenguaje sea tanto o más grave que en los años ochenta, cuando Millán escribió Virus. La evolución de su poesía hacia la visualidad y la écfrasis encierra la sugerencia de un camino para enfrentar el progresivo vaciamiento de las palabras cotidianas. El cultivo de una cualidad bastante escasa en estos tiempos de risas pregrabadas, ruido blanco y música musak. La capacidad de hacer silencio. El cultivo de una forma de hablar y escribir bastante escasa en estos tiempos donde parecen dominar la escena los egos desaforados y los discursos pirotécnicos. La capacidad de la sencillez. Una aspiración y un desafío que Gonzalo Millán dejó escrito en uno de sus poemas más entrañables: Llegar a escribir/ algún día/ con la simple/ sencillez del gato/ que limpia su pelaje/ con un poco de saliva. 


Valparaíso. Mayo de 2020 



Virus - Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile