miércoles, 24 de abril de 2019

Transparencia de la casa

Casas enterradas de Isidora Vicencio

Del poema Somos todos: Somos todos/ un montón de casas enterradas/ bajo lluvias y escombros/ cascada del ventisquero/ o un río cualquiera. Somos subterráneos, vivimos abajo, todos estamos cubiertos, escribe Vicencio. Ese es nuestro lugar en el mundo, nuestra situación de vida. La escritura es aquí un intento por describir la obscuridad de vivir abajo, pero también la posibilidad de que la claridad pueda llegar a las ventanas de esa casa subterránea que somos y habitamos. La posibilidad de la transparencia. 

Hace tiempo que no soy de algún lugar/ ni del norte ni del sur…/ la lluvia a veces necesita la tristeza/ como la tierra de mis pies que se desprenden/ o el corazón arrancado de su cuerpo. Estos versos del poema Pangi expresan un sentimiento que recorre gran parte de este libro. El sentimiento del desarraigo, la dificultad vital de pertenecer a un lugar. La continua disolución a que el lugar del origen y la memoria está sometido. Su evanescencia frente al tiempo, que es aquí tiempo destructor, la amenaza de desaparición total de ese lugar primigenio: Tengo miedo del tiempo/ de los rostros que aparecen/ de esa raíz que crece dentro de mí/ hasta quedarme en medio del espacio inmenso/ que deja la partida. La posibilidad de que esta disolución pueda revertirse en el futuro parece incierta, más bien plantea una pregunta abierta como en el poema El futuro: ¿mantendremos la pureza/ el día en que las luminarias/ nos indiquen el camino?/ ¿o seremos solo estatuas?/ utilería barata/ al servicio del vacío/ ¿estaremos a la venta/ en un bazar de la ciudad? 

Utilería barata al servicio del vacío. Vicencio juega su escritura justamente a evitar ese vacío a través del trabajo con el lenguaje y las palabras. La poesía no al servicio del vacío sino apostada a la comprensión y a la construcción de un sentido. A la apertura de las ventanas de la casa sumergida para que pueda entrar el sol. Esa labor, poética y vital, adquiere en estos textos varias dimensiones. 

Jorge Teillier, cuya poesía resuena con fuerza en este libro, definiendo el punto de vista de los poetas de los lares: son cronistas, observadores, transeúntes, simples hermanos de los seres y de las cosas. Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más de la tierra. Y, quizás, consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana. Simples hermanos de los seres y las cosas, escribe Teillier. Me parece que los textos de Casas enterradas participan también de esta poética. En ellos se despliega la observación minuciosa de los seres y las cosas que habitan nuestra vida cotidiana. Escenas, espacios, donde esta tiene lugar. La casa, la mesa, el bar, la cocina. O más precisamente, la ventana de la cocina: Es verdadera/ esa ventana cálida de la cocina/ donde una luz atraviesa las ramas/ la transparencia de la casa/ debe ser verdadera. En medio de la vida inauténtica que nos ha tocado o hemos elegido vivir, es en los espacios domésticos y cotidianos donde podemos reencontrar el sentido. Donde es posible que la luz atraviese ese ramaje tupido que oscurece nuestros días e ilumine la casa. 

Este libro está hecho de árboles, de pájaros, de olas, de viento. La naturaleza está en el centro de estos poemas. Sus versos dibujan un paisaje si atendemos al sentido original de esa palabra: paisaje es territorio que se mira desde un determinado lugar. Fundación del paisaje en la mirada que en estos poemas es una forma de entrar, de ser parte de lo que se observa. Una manera no de describir sino de sintonizarse, de vibrar al unísono. Como en el poema Pájaro de la cima: Pájaro del bosque/ en mi cuerpo que vibra contigo/ llévame al infinito de donde vienes/ ahuyenta la hilera perdida/ del alma que muere en tu canto. 

Cito nuevamente a Teillier: Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos. La poesía no ha calmado el hambre ni remediado injusticia social alguna, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Me parece que Casas enterradas es un libro que coincide con esa forma de nostalgia, la nostalgia del futuro de que habla Teillier. Termino con estos versos del poema La belleza nos salvará de la muerte: La belleza nos salvará de la verdad inamovible/ La transparencia que nos vuelve/bosque/tiempo/ espacio/ La belleza aquí ahora silenciosa/ como una vibración intermitente/ que remece la existencia. La poesía como esa vibración intermitente que remece la casa enterrada que somos. La remece hasta hacerla emerger de la tierra. Hasta que sus ventanas se llenen de luz. Hasta que su interior abandone la oscuridad y se abra a la transparencia. 

Valparaíso. Abril de 2019 


Casas enterradas
Isidora Vicencio
Poesía
Ediciones LAR. 2018





lunes, 8 de abril de 2019

Sabiduría de los pájaros

Pedazos de agua de Roberto Contreras

Es un gusto para mí presentar este libro de Roberto Contreras, amigo entrañable y compañero de viaje. Un viaje ya bastante largo, desde los tempranos años noventa, cuando coincidimos en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile donde ambos ingresamos para estudiar literatura. Desde entonces, no solo agua ha corrido bajo los puentes. Sin embargo, el trabajo de Roberto, su forma de hacer y vivir la literatura, han sido y siguen siendo para mí objeto de admiración y respeto. Este libro viene a confirmar la vigencia de ese trabajo, desplegado en los ámbitos de la narrativa, la crítica y la poesía. A propósito de este último registro, el poético, aprovecho de apuntar, como sugerencia para el lector atento, la revisión de Siberia, su entrega poética anterior. Publicado por Lanzallamas hace varios años, es un libro que me parece relevante en el contexto de la producción poética de inicios de la postdictadura. 

Entro en el libro a partir de algunos comentarios breves, notas, vistas parciales. Tal como apuntó David Bustos en su comentario, creo que este es un libro engañosamente breve en extensión, pero cuya lectura tiene una resonancia larga, un eco prolongado. Sus significaciones se proyectan en muchas direcciones e invitan a la relectura. 

Escribir es cortar/ surcar con una gubia/ avanzar por las grietas/ rodear los nudos/ pulir las asperezas/ con todo el tiempo del mundo. Estos versos parecen expresar la poética que anima este libro. Escribir es cortar escribe Contreras. Lo propio de la poesía es la poda, escribe Gonzalo Millán en Veneno del escorpión azul. Una comprensión compartida de la escritura como un ejercicio que implica rigor y persistencia. Un trabajo arduo con la forma que busca la sobriedad y la sencillez de lo necesario. Escribir con la sencillez del gato que limpia su pelaje con un poco de saliva, cito nuevamente al gran Millán, uno de nuestros maestros en el arte del corte y la concisión. 

Este es un libro escrito con la exigencia de fijar en el texto solo aquello que es imprescindible. Pero también producto de un trabajo con el silencio que es aquí uno de los materiales fundamentales de construcción. Escribir es una forma de callar, decía Lihn. Creo que la escritura de este libro, hecha de blancos y elipsis, participa de esa definición. Este es un libro hecho, en gran medida, de silencio. Eso es lo que le permite proyectar lo que a mí me parece uno de sus rasgos esenciales: la claridad. Claridad en el sentido de silencio como escribió alguna vez George Oppen. 

El contrapunto a este silencio, a esta prolija construcción de una claridad del poema, es el trabajo que intensifica la carga de sentido de cada palabra y cada verso. La gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades. Pedazos de agua se hace cargo de la conocida máxima de Pound y la pone en juego mediante la concentración y la energía que transmiten al lector cada una de sus imágenes. Concentración. Condensación. Desde este punto de vista, esa es la capacidad que debería desarrollar el poeta, el sentido último de su oficio. Como escribe Lorine Niedecker en un poema que descubrí hace poco. El poema se llama Poet ´s work, El trabajo del poeta: Abuelo/ me dio un consejo: /Aprende un oficio // Aprendí/ a sentarme en mi escritorio/ y condensar // No me cesarán/ de esta /condensación. 

Manejar con simpleza la vida/ como se unta un trozo de pan en una yema/ llevar en un vaso solo el agua de ese día/ sin desgastarse en querer llamar / todas las cosas por su nombre. Si la poética de este libro es la del silencio y la condensación, la política que propone, en mi opinión, tiene que ver con la presencia y la atención sobre la naturaleza y las escenas de la vida cotidiana. Manejar con simpleza la vida no es una tarea fácil en el contexto que estamos viviendo. Una época donde el tiempo ha sido vaciado de sentido, ha perdido su aroma como escribe Byung Chul Han. Vivimos habitando el tiempo muerto de la producción y el espectáculo que ponen un ritmo frenético a nuestra vida cotidiana. Un ritmo vertiginoso donde se suceden sin parar las experiencias de superficie y las imágenes falsas sin que podamos respirar fuera de ese flujo que nos envuelve hasta ahogarnos. 

El trabajo de la poesía: cortar, surcar, avanzar, rodear, pulir. Esa labor debe realizarse, tal como escribe Contreras, con todo el tiempo del mundo. Para conseguir ese tiempo debemos ser capaces de salir del flujo. Usar las cosas que nos rodean, como recomienda Carver en el epígrafe, para tomar conciencia del presente. Para estar en el aquí y el ahora. Cito para terminar un poema del libro Pedazos de Robert Creeley: Tan real como pensar,/ milagros creados/ por la posibilidad/ formas. Un punto al final de una oración/ que comenzaba/ con era/ hasta un presente,/ una presencia/ que dice/ algo/ mientras avanza. 

Una presencia que dice algo mientras avanza, escribe Creeley. Tal vez eso sea la poesía, o cierta comprensión de lo que ella es, desde la perspectiva de este libro y la tradición en que se inscribe. Tal vez la poesía sea una forma de salir del flujo irreal del consumo y el espectáculo, de superar sus ficciones ya omnipresentes. Una forma de salir de todo eso y vivir en tiempo real. En el aquí y el ahora. De recordar, como escribió Gonzalo Rojas, que vivir y morir en la realidad es entender que el sol es la única semilla. De adquirir algo de sabiduría real. Esa que, como dicen los versos que abren este libro, solo los pájaros conceden. 


Valparaíso, abril de 2019

Pedazos de agua
de Roberto Contreras
Poesía
Carbón Libros, 2018