domingo, 26 de enero de 2020

Papelucho que no existe

Papelucho gay en dictadura de Juan Pablo Sutherland

Publicado por primera vez a fines de los años cuarenta, Papelucho es un personaje que está en el imaginario de varias generaciones. Muchos leímos cuando chicos los diarios de ese niño de ocho años, flaco y desgarbado, que relataba las aventuras de su infancia y las piruetas de su imaginación. Este libro de Juan Pablo Sutherland, Papelucho gay en dictadura, recurre a la figura del personaje de Marcela Paz pero desvía el prototipo infantil. Se lo apropia para que el narrador despliegue un relato híbrido que circula entre la novela de iniciación, el memorialismo, la literatura autobiográfica y la de no ficción. 

Dice el narrador en la primera parte del libro: Siempre me imaginé como un Papelucho-raro, Papelucho-elefante, Papelucho-monstruoso, Papelucho-marica, palabra que nunca quise decir pero que los otros solían decir de mí. Ese Papelucho que deseaba ver y leer no existía, pero algo me señalaba que era yo mismo. Ese niño elefante se hizo real con la injuria en el cuerpo en medio de la violencia cotidiana de un pequeño país al sur del mundo. Este libro puede ser leído entonces como la escritura de ese Papelucho inexistente, encarnado en el protagonista cuya identidad puede o no corresponder a la del autor. Esa es la estrategia. Encarnar un personaje de ficción para contar la propia vida. Para relatar los años de la infancia y la primera juventud en medio de la violencia cotidiana del pequeño país asolado. Lo que sucede es terrible. Muy terrible… Así comienza el primer diario del Papelucho original. El Papelucho de este libro, el que no existe, el Papelucho encarnado que habla en estas páginas, comparte la misma situación pero ya no en la ficción sino en la realidad dura, terrible de los años ochentas. 

Este es un libro sobre la memoria. Tanto la memoria personal y familiar como la memoria social o política. En el relato que articulan estas escenas, una y otra son intercambiables o, mejor, son una sola cosa. Aquí se escribe una trama urdida a partir de los materiales complejos de la memoria biográfica y familiar puesta en tensión con los acontecimientos que marcan la época, la Historia con H mayúscula. Esto me parece importante. Importante porque esta integración de las memorias nos permite, a nosotros los lectores, recuperar nuestra condición de sujetos. A la vez, sujetos de nuestras vidas y sujetos de la Historia. Abandonar la calidad de consumidores o de víctimas pasivas e intentar ejercitar la memoria como un trabajo que nos involucra en todos los planos. Lo personal es político. Y viceversa. 

La memoria es aquí también comprendida como una dificultad y un trabajo. Un trabajo contra la amnesia que viene del trauma y su borradura: Me dicen niño elefante y no recuerdo el golpe militar. Mis padres nunca quisieron hablar de ese día. Todo fue como si hubiesen censurado la película más importante de sus vidas. O en otra parte: Creo que el golpe lo borré a propósito, mi memoria de elefante no funciona con el golpe, no funciona con el 11, no funciona con la voz del Chicho hablando desde la Moneda. No funciona con nada que huela a golpe. La memoria no como algo dado, sino como un trabajo arduo para remontar el silencio con que se han cubierto los profundos dolores de la historia reciente. La memoria como la foto borrosa, deslavada por los años, que abre este libro y ante la que hay que aguzar el ojo para distinguir los detalles. 

Desde otro ángulo este es un libro sobre la diferencia. O, ángulo contrario, sobre la intolerancia y la represión de la dictadura sobre las costumbres y las identidades alternas a lo establecido como bueno y normal. En el caso del protagonista de este libro, el camino difícil y a menudo doloroso hacia la definición de su identidad homosexual. Una identidad que, en medio del tabú y la violencia genérica que campeaban en esos tiempos, convierte a este Papelucho en una especie de fenómeno: Me decían orejón y Dumbo, en honor a ese elefante ridículo de las tiras infantiles gringas. Por ese apodo me pasaba soñando que era un niño elefante. Papelucho Gay como una especie de monstruo o esperpento a los ojos de los prescriptores de una moral hipócrita y violenta. Una moral falsa que pretendió normar, durante los pacatos y católicos años dictatoriales, el ámbito de los sentimientos, los deseos y las subjetividades. Prejuicios y sectarismos de los cuales, tal como plantea este texto, tampoco estuvo libre la propia izquierda. 

Finalmente, un apunte sobre la importancia que tiene en este texto el registro de los referentes de la cultura de masas durante la dictadura. Programas, películas, series de televisión, dibujos animados. Ultraman Mazinger Z, La princesa Caballero, Heidi y Marco. Tierra de Gigantes, El Festival de la Una. Sábados Gigantes. Cito un fragmento del libro de Contardo y García La era ochentera, tv, pop y under en dictadura: Hacia 1980 el nuevo sistema económico era un hecho, y la aventura de la Unidad Popular, un recuerdo muy lejano. A siete años de un gobierno socialista, las importaciones de bienes de consumo crecían al ritmo del crédito fácil, mientras el desempleo efectivo alcanzaba un 17% de la población. Libre mercado en estado de sitio. Consumo, dictadura y muchas pantallas encendidas. Este texto de Sutherland nos recuerda cómo fue instalada progresivamente la gigantesca maquinaria de entretención y frivolidad que sirvió de caballo de troya al modelo económico y social ahora en crisis. Lo que vino después de la dictadura: más consumo y más pantallas encendidas. 

Un fantasma recorre las páginas de este libro. El fantasma del poeta Rodrigo Lira. Seguramente, su performance televisiva, poco antes de suicidarse el año 81, es una de las imágenes más crudas y metafóricas de esa década terrible que fueron los ochenta. Los años de la implantación del virus neoliberal. Una implantación tan violenta como la describe el propio Lira en el poema Off the record: La metralla perforó mis convicciones/ los culatazos en los riñones/ me introdujeron de lleno/ en la economía social de mercado. 

Es bueno dejar un diario cuando uno se muere para que la gente comprenda lo que uno era por dentro y conozca sus intenciones, dice el Papelucho original al término de su primer diario. No es necesario pensar en la muerte para escribir un diario como ese, pienso. También se puede escribir, como en el caso de este relato, rescatando el recuerdo de quiénes fuimos y cómo vivimos para saber quiénes somos ahora y cómo podríamos vivir. La generación de los papeluchos ochenteros, de los papeluchos inexistentes. Los niños y adolescentes que crecimos durante la dictadura eterna cuyo legado político y sentimental perdura hasta hoy. La misma que hace pocos meses, inesperadamente, ha empezado a tambalear. Ya se verá si somos capaces de derrotarla definitivamente. En la calle pero, sobre todo, tal como nos remarca este bello libro, en nuestros corazones. 


Valparaíso. 17 de enero de 2020

Papelucho gay en dictadura
Juan Pablo Sutherland
Narrativa
Alquimia, 2019

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