Bruno Montané nació en Valparaíso a fines de los años cincuenta. Poco después del Golpe, el exilio familiar lo conducirá a México donde vive entre 1974 y 1976. Su periplo se completa con una larga residencia en Barcelona donde vive hasta hoy. Durante su residencia mexicana es parte de un acontecimiento relevante para el devenir de la poesía latinoamericana posterior. Es en su casa, en México D.F. en el número 17 de Avenida Argentina, donde, junto a sus amigos Roberto Bolaño y Mario Santiago, se funda el Infrarrealismo. Un movimiento que, más allá de su ficcionalización en Detectives Salvajes, marca, junto a los poetas peruanos de Hora Zero, toda una época para cierto sector de la poesía latinoamericana.
La trayectoria que dibuja la publicación de sus libros también parece responder a una lógica errante. Desde El maletín de Stevenson, sus libros han sido publicados en Barcelona, Madrid y México, en formatos diversos que van desde la edición en fotocopia, la cartonera y el libro impreso. Solo en 2014, con Mapas de bolsillo (Tajamar Editores) se concreta una primera edición chilena de sus textos. A la interrogante sobre su relación con la poesía chilena, Montané responde en una entrevista: Es una relación como lector. Siempre leo conmovido a los poetas chilenos. Intento descubrir el misterio que nos une y nos desune, como creo que igualmente les pasa a todos los poetas chilenos y chilenas entre ellos mismos. La poesía nunca es un asunto nacional. La circulación en Chile de El Futuro (Candaya, 2019) pone al alcance del lector chileno, por primera vez, el trabajo poético de Montané. Casi cuarenta años de poesía traducidos en cuatro libros, incluido el texto homónimo e inédito que cierra el volumen.
Bolaño escribió alguna vez que la poesía de Montané estaba hecha de pinceladas suspendidas en el aire, de sangre suspendida en el aire. Me parece interesante rescatar sus palabras a la hora de leer estos poemas. Preguntarnos cómo se logra aquí el efecto de hacerlos flotar como lo hacen las partículas en el aire. De qué o cómo está hecha esta poesía en suspensión. Una primera hipótesis es que esta es una poesía construida no sobre un fundamento único sino alrededor de varios centros. Una poesía que se articula como una red o una trama. Como se dice en un poema: Imágenes con un montón de centros:/mandalas que son el tambor/de una antigua ametralladora. Una posibilidad de lectura radica, justamente, en identificar cuáles son esos centros. Por dónde pasan las líneas del mandala. Hacia dónde apuntan las ráfagas de esa ametralladora.
Un primer centro es la poesía misma. Los textos de El Futuro formulan una y otra vez la pregunta sobre su naturaleza y su sentido. Entro al poema reconociendo esa voz que se dice a si misma: estoy escribiendo un poema, dice Montané en una entrevista. Se entra al poema, entonces, no desde la certeza sino desde la incertidumbre que abre su escritura. De alguna manera, la escritura para Montané ha sido la reafirmación, durante casi cuatro décadas, de la comprensión y el ejercicio de la poesía como forma de preguntar más que de responder. Dice Ignacio Echevarría en el prólogo: el argumento de este libro –a mis ojos, al menos– consiste en la progresiva conciencia que, con el pasar del tiempo, su autor ha ido adquiriendo del valor que para él mismo tiene el ejercicio tenaz y constante de la poesía, un arte cuya naturaleza, sin embargo, y cuyo sentido, nunca se le revelan del todo.
Un arte cuya naturaleza y sentido nunca se le revelan del todo al poeta, dice Echevarría. Esto es importante. A la pregunta, en una entrevista antigua, sobre qué es la poesía para él, Montané responde: Algo raro, un espacio donde tiembla algo no conocido, o que es conocido pero que ahí, en ese instante, ha hecho un avance, ha dado un paso más hacia lo inefable. Los poemas de El Futuro se mueven dentro de ese espacio donde tiembla lo desconocido. Se mueven ahí, viven ahí, en ese extrañamiento. Son ellos mismos la pregunta, la insistencia en un problema sin solución. Tal como se lee en El temblor de la solución: Nos pasamos la vida intentando / pensar qué dice el poema / y de repente descubrimos que / a pesar de nuestros esfuerzos / el poema siempre habla de otra cosa.
Un segundo centro de esta poesía es la realidad. Del poema Todas las palabras: Mira la realidad y siente/el ruido de los desastres,/el lento canto que se nos regala./La realidad es la boca,/el mundo es el oído. Esta es una poesía de la realidad, una poesía escrita bajo el ruido saturado del desastre cotidiano que significa vivir como vivimos y no como podríamos vivir. La realidad, sin embargo, no es aquí una certeza sino otra pregunta reafirmada poema a poema. Una nube que muchas veces nos nubla toda posibilidad de comprensión: La realidad es una nube que nos/corona la cabeza y nos ofusca/con precisiones que nos empecinamos/en comprender. La nube y la realidad.
La poesía es para Bruno Montané la insistencia en esa pregunta por lo real. Aunque sepamos que por esa vía nunca obtendremos de vuelta las respuestas tranquilizadoras que pueden ofrecer la fe o la ideología. La experiencia de la poesía alienta en nosotros lo que el título de uno de los poemas llama Intentos de realidad. Seguir preguntando. Superar la ofuscación, empecinarnos en comprender. Aprender a usar, como escribe Montané, nuestras palabras extrañas/para entrar en la realidad.
Otro centro, entre las líneas múltiples de estos mandalas, es la metáfora de la respiración. Respira hondo y escucha el sonido de tu corazón escribió alguna vez Silvia Plath. Pienso también en los versos de Teillier despidiéndose de los poemas como palabras /para ocultar quizás lo único verdadero:/que respiramos y dejamos de respirar. En los textos de Montané, respiración y escritura se asimilan en una experiencia única. El verso respira y el poema es la máquina/ que elegimos para pensar el mundo escribe Montané en Máquina uno. Escribir es respirar. Ir al encuentro de el poema que respira/como una sombra/en la oscuridad.
Respirar bien, profundamente, como una manera de unirnos al mundo, como un gesto de comunión y comunicación. Respiramos el mundo, con el mundo, en un acto que integra ritmo, imagen y sentido en la unidad que es el poema. Escribir es aprender a respirar bien. Como escribe Montané en Aprendizaje y respiración: A la escritura no le preocupa el discurso/ni tampoco el correcto pulso de la redacción,/lo que ella quiere es dejar de ser una palabra/que esconda sus nervios, lo que ella desea/es ser un poema, un rayo, un trueno/en el oído interior del discurso./Como sabemos, el poema no se redacta,/el poema solo quiere aprender a respirar.
El verso hoy, si ha de seguir adelante, si ha de servir de uso esencial, debe, según mi criterio, ponerse al día e incorporar ciertas leyes y posibilidades de la respiración, del respirar del hombre que escribe, como también de lo que él escucha. Estas palabras de Charles Olson, escritas en los cincuenta, podrían servir para describir esta poética del respirar que subyace a toda la escritura de Bruno Montané. La poesía como el complemento de dos respiraciones, la del escribir y la del escuchar.
Vivimos respirando el aire enrarecido de una vida cotidiana que nos condena a la disnea o a la asfixia. Una vida que nos ha ido acostumbrando a la falta de oxigeno. Respiramos una mezcla densa de polvo, hollín y humo. Mucho humo. En medio de todo eso, la poesía de Montané es una bocanada de aire fresco. Sus poemas son como partículas en suspensión que limpian la atmósfera. La poesía es aire puro. Como toda poesía verdadera, la de Montané nos ayuda a respirar mejor. Al leer estos poemas se nos abren los pulmones y, al menos por un momento, oímos nuestra respiración/mientras a lo lejos/se mueven los árboles.
Valparaíso. Febrero/Marzo de 2020
El Futuro
Bruno Montané Krebs
Poesía
Poesía
Candaya, 2019
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