Casas enterradas de Isidora Vicencio
Del poema Somos todos: Somos todos/ un montón de casas enterradas/ bajo lluvias y escombros/ cascada del ventisquero/ o un río cualquiera. Somos subterráneos, vivimos abajo, todos estamos cubiertos, escribe Vicencio. Ese es nuestro lugar en el mundo, nuestra situación de vida. La escritura es aquí un intento por describir la obscuridad de vivir abajo, pero también la posibilidad de que la claridad pueda llegar a las ventanas de esa casa subterránea que somos y habitamos. La posibilidad de la transparencia.
Hace tiempo que no soy de algún lugar/ ni del norte ni del sur…/ la lluvia a veces necesita la tristeza/ como la tierra de mis pies que se desprenden/ o el corazón arrancado de su cuerpo. Estos versos del poema Pangi expresan un sentimiento que recorre gran parte de este libro. El sentimiento del desarraigo, la dificultad vital de pertenecer a un lugar. La continua disolución a que el lugar del origen y la memoria está sometido. Su evanescencia frente al tiempo, que es aquí tiempo destructor, la amenaza de desaparición total de ese lugar primigenio: Tengo miedo del tiempo/ de los rostros que aparecen/ de esa raíz que crece dentro de mí/ hasta quedarme en medio del espacio inmenso/ que deja la partida. La posibilidad de que esta disolución pueda revertirse en el futuro parece incierta, más bien plantea una pregunta abierta como en el poema El futuro: ¿mantendremos la pureza/ el día en que las luminarias/ nos indiquen el camino?/ ¿o seremos solo estatuas?/ utilería barata/ al servicio del vacío/ ¿estaremos a la venta/ en un bazar de la ciudad?
Utilería barata al servicio del vacío. Vicencio juega su escritura justamente a evitar ese vacío a través del trabajo con el lenguaje y las palabras. La poesía no al servicio del vacío sino apostada a la comprensión y a la construcción de un sentido. A la apertura de las ventanas de la casa sumergida para que pueda entrar el sol. Esa labor, poética y vital, adquiere en estos textos varias dimensiones.
Jorge Teillier, cuya poesía resuena con fuerza en este libro, definiendo el punto de vista de los poetas de los lares: son cronistas, observadores, transeúntes, simples hermanos de los seres y de las cosas. Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más de la tierra. Y, quizás, consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana. Simples hermanos de los seres y las cosas, escribe Teillier. Me parece que los textos de Casas enterradas participan también de esta poética. En ellos se despliega la observación minuciosa de los seres y las cosas que habitan nuestra vida cotidiana. Escenas, espacios, donde esta tiene lugar. La casa, la mesa, el bar, la cocina. O más precisamente, la ventana de la cocina: Es verdadera/ esa ventana cálida de la cocina/ donde una luz atraviesa las ramas/ la transparencia de la casa/ debe ser verdadera. En medio de la vida inauténtica que nos ha tocado o hemos elegido vivir, es en los espacios domésticos y cotidianos donde podemos reencontrar el sentido. Donde es posible que la luz atraviese ese ramaje tupido que oscurece nuestros días e ilumine la casa.
Este libro está hecho de árboles, de pájaros, de olas, de viento. La naturaleza está en el centro de estos poemas. Sus versos dibujan un paisaje si atendemos al sentido original de esa palabra: paisaje es territorio que se mira desde un determinado lugar. Fundación del paisaje en la mirada que en estos poemas es una forma de entrar, de ser parte de lo que se observa. Una manera no de describir sino de sintonizarse, de vibrar al unísono. Como en el poema Pájaro de la cima: Pájaro del bosque/ en mi cuerpo que vibra contigo/ llévame al infinito de donde vienes/ ahuyenta la hilera perdida/ del alma que muere en tu canto.
Cito nuevamente a Teillier: Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos. La poesía no ha calmado el hambre ni remediado injusticia social alguna, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Me parece que Casas enterradas es un libro que coincide con esa forma de nostalgia, la nostalgia del futuro de que habla Teillier. Termino con estos versos del poema La belleza nos salvará de la muerte: La belleza nos salvará de la verdad inamovible/ La transparencia que nos vuelve/bosque/tiempo/ espacio/ La belleza aquí ahora silenciosa/ como una vibración intermitente/ que remece la existencia. La poesía como esa vibración intermitente que remece la casa enterrada que somos. La remece hasta hacerla emerger de la tierra. Hasta que sus ventanas se llenen de luz. Hasta que su interior abandone la oscuridad y se abra a la transparencia.
Valparaíso. Abril de 2019
Casas enterradas
Isidora Vicencio
Poesía
Ediciones LAR. 2018
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