Poesía chilena & Autogestión
Los libros más caros del mundo. Ni mecenas, ni filántropos. Un apoyo estatal incierto e insuficiente. ¿Cómo se hace poesía en un país así? Escribirla. Leerla. Construir situaciones de diálogo e intercambio que permitan la circulación de textos, ideas e imaginarios. Seguramente, con la misma estrategia que siempre o casi siempre ha ocupado la poesía chilena para existir y proliferar. Abandonar la expectativa de que las condiciones mejoren o que alguien ayude. En vez de esperar, hacer, actuar. Autogestión es eso, hacerlo uno mismo. Do yourself.
Eso es lo que escribí cuando me pidieron un párrafo para enviar previamente a los participantes de esta mesa en la idea de sugerir un marco para la discusión. Agrego brevemente algunos elementos para abrir la conversación.
La literatura no existiría en el capitalismo, si este no se la hubiera encontrado hecha. Estas palabras de Ricardo Piglia son especialmente atingentes en un país como este. Un país cuya vida ha sido colonizada ya casi por completo por el dinero. Desde luego, no parece razonable esperar grandes cambios respecto a esto en el futuro cercano. La ley que seguirá rigiendo la vida en este país, con toda seguridad, será por mucho tiempo más la ley de la oferta y la demanda. Los ritos cotidianos de la compra venta. La lógica de la Utilidad.
La poesía no se vende. Es un mal negocio, a lo menos uno de alto riesgo. La poesía es inútil, no genera utilidades. La poesía no sirve para nada, me dicen, escribió Elicura Chihuailaf. Es exactamente eso lo que viene diciendo el poder en este país a lo menos desde la implantación de la actual forma de vida durante la dictadura. Entonces, en un contexto así, es difícil explicar cómo la poesía chilena no sólo ha sobrevivido sino que goza de una vitalidad que parece paradójica. Difícil, si no se hace el trabajo de rastrear las experiencias cuyo empuje y creatividad hicieron posible su persistencia durante los años más negros y hasta ahora.
Pienso en la importancia de rastrear, por ejemplo, el movimiento poético y cultural de los setentas y ochentas. Sus revistas, La Gota Pura, La Castaña, La Bicicleta. Sus editoriales, Ganymides, Sin Fronteras, Gráfica marginal, Mosquito. Sólo por mencionar algunas. La construcción de la Unión de Escritores Jóvenes y la Asociación Cultural Universitaria. Sus formas de hacer literatura, casi siempre autogestionarias. Las artesanías que se inventaron y practicaron para mantener la luz frágil de la poesía en medio del oscurantismo cultural y la escasez absoluta de recursos.
Leer esa historia y la historia posterior, investigarla, reconstruirla, es vital para comprender cómo, desde hace ya mucho tiempo, la poesía fue desalojada de la vida cotidiana de este país, puesta a la intemperie. Y, sobre todo, cómo, a pesar de eso, ha podido persistir. Cómo la poesía ha sido una importante forma de resistencia al arrase cultural que ha significado el desarrollo, hasta ahora incontenible, del chilean way of life. La poesía como antimateria de la sociedad de consumo, escribió Gonzalo Millán. La poesía como una experiencia de generosidad y colaboración a contra mano del país donde dominan el interés y la competencia.
La autogestión es una forma de hacer. Pero también una poética que implica una cierta forma de convivialidad. Una cierta forma de relacionarse entre quienes asumen estos quehaceres. No hay dinero en la poesía, pero tampoco hay poesía en el dinero, dijo Robert Graves. Si, más allá de resolver la sustentabilidad básica de los proyectos, lo que se pone en el centro no es el dinero sino el desarrollo creativo y la experiencia compartida de darle una expresión concreta, se abre la posibilidad de establecer otro tipo de relaciones. Unas relaciones basadas en la participación en un esfuerzo común.
Respecto de esto, se me viene a la cabeza la experiencia propiciada por Lihn en la filmación de la película - performance Adiós a Tarzán. Es 1984 y Lihn convoca, con el pretexto sarcástico del fallecimiento de Johnny Weissmuller, a lo que llama un variopinto abanico de personas y algunas personalidades, que incluye familias enteras e integrantes de ámbitos generacional y creativamente disímiles, escritores, plásticos, músicos: un exceso de gente, alguna mal informada, por lo demás, sobre el acto. Esta comunidad, entre cuyos integrantes se cuentan desde su propia hija a Francisco Coloane, es convocada desde una poética muy clara. Tal como empieza diciendo el folleto de invitación al estreno: “Adiós a Tarzán” es fruto de La Movida: arte de explotar la amistad en beneficio de un trabajo común que requiere del oficio y de la identidad de todos, sin remuneración económica para nadie.
La poesía chilena desde hace mucho ha sido autogestionaria. En las peores condiciones aprendió a pararse y a defenderse sola. Seguramente, lo que ha estado detrás de su fuerza y resilencia, es algo parecido a lo que Lihn llamó la movida: la amistad en beneficio de un trabajo común que requiere del oficio y de la identidad de todos. Tal vez de eso de trate. De imaginar y compartir con otros nuevas movidas. No detenerse, mantenerse siempre en movimiento. Estar en la movida. Ya lo dijo Nicanor. Lo que no cambia de lugar es prosa. Todo lo que se mueve, eso es poesía.
Valparaíso. Febrero de 2019.
Intervención en Modelo para armar. Mesa de discusión. MARAÑA Festival de Poesía Joven. Valparaíso, 22 de febrero de 2019.
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